miércoles, 9 de abril de 2008

Baile funk


Cuatro de la madrugada. Barrio crápulabohemio de Lapa. La fila para entrar en el Club Six es descomunal. El ambiente noctámbulo está en su apogeo. Hip-hoperos, mujeres-tanga de ropa mínima, traficantes, humo de maconha (marihuana), prostitutas. La decadencia cool de Lapa no falla, y menos en una madrugada de funk de favela. La actuación de esta noche es estelar: Tati Quebra Barraco. La musa del momento. Fea, gorda, bajita. Provocadora. Quebrar o barraco significa en jerga de favela echar un polvo. Y es que esta regordeta deslenguada nacida en Ciudad de Dios se ha convertido en una verdadera antidiva que canta sin complejos canciones como ‘Soy fea pero estoy de moda’ o ‘Abre las piernas y mete la lengua’.
El paraíso del funky
El expreso Tati Quebra Barraco llega con puntualidad carioca: dos horas tarde. Rodeada de su turma (su equipo) de Ciudad de Dios. Algunos con cara de pocos amigos. Negros con collares de oro. Mafia style. La fila se alborota. Las seguidoras de Tati cantan uno de sus grandes hits: “Tengo fama de putona porque me como a tu macho, ahhhhhhh”. Bienvenidos al paraíso del funk, al freaky-infierno más molón de Río: el Club Six.
¡The show must go on!
Con todos ustedes, Tati Echa Polvos.
La putonasin- complejos se mueve con soltura en un kitschescenario de jaulas entre neones rojos. Los bafles escupen un ritmo endiabladamente caliente. “Yo hago el amor todos los días, estoy siempre preparada, si quieres follar conmigo, quédate a mi lado”. El personal enloquece. El sexo entra por los oídos. Por los ojos. Por el tacto. Ellas bailan a lo stripper: restriegan sus curvas en la entrepierna de los hombres. Algunas parece que follan con el hombre invisible. Culo adelante, culo atrás. Muchos machos-restriega-paquetes aprovechan. Culo adelante, culo atrás, ahhh. Tati pide un descansillo. Aprovecho para charlar con ella. El DJ pone un telón de fondo apropiadísimo. “Estoy ardiendo, estoy aguantando, ahhh, ahhh, me falta una mamada, ahh, ahhh…”. Funk 100%, pornolírica marginal pura y dura.
Tati se traga una birra casi de un trago. “¿Por qué va a ser el hombre quien lleva a la mujer a la cama? Yo siempre presumo de que tengo dinero para pagar el motel al hombre”, asegura. Se ríe. Y salta de nuevo al escenario frente a un público bastante calentorro. ¿Pero cómo pueden resistir esos meneos orgásmico-rítmicos? ¿Será por eso que los baños están hasta la bandera?
Bastardo style: ¿pero qué cojones es el funk carioca? ¿Algo que ver con James Brown? Negativo. Sí, todo empezó en los 70, en las fiestas de funk y soul de Río. Pero luego muchos estilos se mezclaron en la olla a presión de las favelas: Miami bass, hip hop, algo de samba, techno. Y así nació un producto 100% favela, el funk carioca, para el que sólo hace falta un ritmo electrónico potente, un sintetizador barato y una voz más o menos desafinada. Cero sofisticación. Pero mucho glamour.
Para entender esta receta sonoro-pélvica hay que sumergirse en los bailes funk que sacuden la periferia cada fin de semana. ¿Y quién se atreve a entrar en favelas donde ni la poli pone un pie? Primera Línea, of course. Pero con el mejor aliadoprotector posible: Catra. Nuestro pacto de caballeros: me infiltro con Catra y sus secuaces en su furgona durante toda una noche, de favela en fa- vela, a cambio de contar la verdad. Nada de criminalizar el funk, como hacen los medios brasileños.
Catra (37 años, 10 hijos, 7 ex mujeres) es la cabeza más visible del prohibidão, subgénero que ensalza las hazañas de los traficantes. Es el puto amo. Y su popularidad se nota. Viernes, dos de la mañana. Arranca el furgón del funk. Somos ocho. Uno canta. Otro conduce. Todos fumamos baseados (petardos de marihuana). Nos acercamos a Ciudad de Dios. Y llegamos. Welcome to Ciudad de Dios, cachaça, sexo y marihuana.
La sala Castelo das Pedras está a reventar, sobre todo de gatinhas (jovencitas provocativas). Apuramos un petardo. Y entramos. Nos re gistran. Dentro, varios gorilas vigilan subidos en plataformas. Al primero que pillen con arma, a la puta calle. Un DJ va calentando el ambiente: “Ahh, ahhh, estoy besando a tu marido, ahh, ahh”. De nuevo, un huracán de movimientos pélvicos. Una pareja se revuelca por el suelo, casi follando. Pero sólo están bailando. Y Catra salta al escenario armado de un micrófono. Los bafles escupen bases rítmicas. Catra salta, grita, ríe, denuncia. El público, en su bolsillo desde la primera rima.
Bye, bye, tropa, la furgona del funk nos espera. Rumbo a Botafogo, barrio pijo-fashion. Voy digiriendo el atracón de funk, entre chistes y petardos. El funk carioca suena simple, repetitivo, rítmico. Provocador. Y hasta grosero. Es la voz de los pobres. Como los soundsystems de Jamaica, el kwaito de Ciudad del Cabo o el regatón caribeño. Las letras combinan lo sexual y lo social. Y todo cocinado con garrafales errores gramaticales. ¿Y por qué ese fuerte componente sexual? Ejem, aquí se dice que el deporte nacional de Brasil no es el fútbol, sino el sexo. ¿Y por qué otras músicas no hablan de ello? Adriana Pittigliani, mánager de Catra, me responde dentro de la fumeta-furgo: “La favela fue excluida y creó su propio lenguaje. El funk es el subsconsciente colectivo de la sociedad. Habla de lo que la clase media no se atreve”.
Catra podría ser una excepción. Letras trabajadas, sociales. Aunque la clase pudiente le acusa de terrorista. Incluso fue procesado por apología al crimen. Él se defiende: “El crimen forma parte de la favela. No soy cómplice del crimen, soy cómplice de la favela”.

Lenguaje de favela
El Río de Janeiro de las postales va apareciendo al otro lado del cristal. Después del paisaje humano de la favela, se me antoja falso. Como retocado en el Photoshop. Parece una hipócrita animación en Flash: Ipanema, Copacabana, luna llena y guiris sonrientes. Final del trayecto, Botafogo. El pijerío-que-va-de-indie mueve sus caderas al son del funk. Con menos gracia que la tropa de favela. El Pão de Acúcar resplandece a lo postal: bajo la luna llena (ohh, casi lloro). Catra aterriza en el escenario. Como un vendaval. Arrasa. Y Adriana me confiesa por qué dejó una vida de fotera de éxito (la más chic de Río) por una nueva de productora de funk de favela. “El funk es la música más democrática del mundo. Es el chat de la favela, su Telediario, un cruce entre una Iglesia carismática y el carnaval”. Tienen razón. Ninguna música habría creado un grupo como la Gaiola das Popozudas (la jaula de las chicas sexys), un trío de mujeres que reclutó a una enana en un circo para la banda. El clímax de cada show es el striptease de la enana. Nuestra noche/peregrinación está cerca de su orgasmo funky. Ponemos rumbo al baile funk de la favela de Salguerio, un castillo inexpugnable para la clase media, fuerzas de seguridad y modernillos que van de guay.
¡¡Coca barata, coca!!
En el corazón de la favela. 3.30 h. Barrio de Tijuca, frontera con la favela de Salgueiro. La policía registra a todo el mundo. Todo en orden: ni armas ni drogas. Ahora nos adentramos en un territorio con reglas propias. Aquí no entra la policía. La seguridad corre por cuenta del patrão de la favela (el jefe de los traficantes). Y el lenguaje cambia. Sólo se habla giria (jerga) de favela. Los policías son cachorros. Los delatores son X9. El dinero, dindín. Y las mujeres atractivas son cachorras o popozudas.
Escalamos callejuelas retorcidas. En las esquinas, adolescentes con HK (fusiles en giria). Sólo hay que hacer la seña apropiada con lo faros de la furgona. Avanzamos y tachaán… Hemos llegado. Niños y adolescentes caminan bailando. Ellas con giros de cintura, ellos con movimientos pélvicos. El corazón de la favela se extiende como un videojuego de tres rombos: una explanada atiborrada sobre el horizonte nocturno de Río. De fondo, DJ Sanny pincha funk incombustible: “Somos fogosas, venga, ahhh, ahhh, rómpeme, para arriba, para abajo”.

Detrás de la pista de baile está el supermercado. Sacos llenos de cocaína, de marihuana. Traficantes con pistola o metralleta en el cinto. Gritos: “Coca barata, coca”. Todo en orden. Compramos maría. Mr. Catra se lanza al escenario. El público corea sus letras: “La favela no es sólo crimen, la favela también es arte”. Desoyendo el pacifismo de Catra, el comando de Salgueiro baila con sus pistolas al aire. Hacen un clásico trenecito bailongo. Pero con pistolas en las manos. Una me roza la nariz. Glup.

Bailo con Jamilly, una funkeira de 27 tacos. Bailamos entre pistolas. Y ahora es cuando echo de menos la famosa articulación de más que tienen todos y cada uno de los brasileños. Ejem, culo adelante, culo atrás. Algo no funciona. Necesito una caipirinha. A mi lado, dos adolescentes apistolados del Comando triunfan a la primera. Lanzaron el clásico “¿já foi ou já era?” (tipo ¿estudias o trabajas?). Ellas contestan a saco: “Demorou” (has tardado mucho). O sea, que follan todos. ¿Serán las pistolas? Necesito aire. Al lado del súper venden cerveza helada. Ancianos, adolescentes y niños desfilan tranquilamente por la madrugada. Vida comunal. Paz con pistolas. Río de Janeiro es una sábana sucia y arrugada a nuestros pies.

Rickson, un joven de 24 años, improvisa versos de funk mientras me ofrece el célebre calimotxo de favela: cachaça de garrafón con Coca-Cola caliente: “Yo soy afavelado y me llaman marginal, pero aquí todos saben que soy un hombre de verdad”. Son las seis de la mañana. Adriana sigue hablando con entusiasmo del funk, “la verdadera rave popular brasileña”. Otro baseado para el cuerpo. Amanece. Apuramos la Cachaça Cola. Se palpa algo extraño en el aire. Hay gente corriendo. Suenan tiros, bang, bang. Adriana me agarra del brazo: “Vámonos, ha pasado algo”. El funk acabó. El rumor se confirma: mataron a alguien. Corremos hacia la furgo. El primer sol le quita las legañas a Río con inocencia.

Catra aparece corriendo. Un grupo de gente armada hasta los dientes nos rodea. No sé si cuando estás a punto de morir ves tu vida en un segundo. Eso dicen. Yo sólo puedo asegurar que con cinco maromos apuntándome con Kalashnikovs, la última noche se convirtió en un jodido flashback de un segundo: culos, caderas, marihuana, gritos, risas, porno is in the air, más culos. Y sólo puedo decir que a pesar de todo, de los trenecitos-pistolas, de mi oxidación pélvica y de los tipos que ahora me apuntan, todo ha valido la pena. Con Catra, además, estamos condenados a un happy-end, hermano, soy Catra, vivamos en paz, claro, joder, sí, perdona tío, es que la poli ha entrado en la favela, iros por allí.

Renacidos, nos alejamos por callejuelas. Río vuelve a ser Río: un lienzo azul salpicado de rocas, una postal casi perfecta. Y sólo tenemos ganas de vivir, de vivir. De poner un CD de funk (“Venga, cristiano, arrodíllate y hazme una mamada, ahh, ahhh, ahh”), de follar o, en su defecto, de encendernos otro porro. Catra y sus secuaces cumplen su parte del trato: me dejan en la puerta de casa. Fin del trayecto.

Bernardo Gutiérrez (extraído de la revista Primera Línea, España)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Dios mio, que asco! Como se nota que nadie cría hijos. Eso no es funk, eso es la decadencia producto del abandono. Recomiendo, Freire y Castillo.

Anónimo dijo...

Anonimo triste sos vos, que no podes ver mas alla de un culo revoleandose hasta el piso.