sábado, 29 de mayo de 2010

Vale tudo - O Som e a Fúria de Tim Maia


En 2008, el gran Nelson Motta (periodista, productor, crítico musical, escritor, etc. etc.), publicó una irreverente y apasionada biografía de su amigo Tim Maia (1942-1998): Vale tudo: O som e a furia de Tim Maia.
Obviamente, el libro no fue traducido al español (y dudo mucho que eso ocurra en el mediano plazo), así que mientras tanto, les dejo una traducción propia.
Los pongo en tema: en 1964, en Miami (USA), Tim Maia es detenido por robo de un auto y posesión de drogas. Es deportado a Brasil y lo último que escucha en suelo norteamericano es una voz que le dice: "no vuelvas nunca más por acá".
37 años después, es contratado para dar un show en esa misma ciudad y decide, espontáneamente, hacer el mismo recorrido que hiciera aquella primera vez pero en sentido inverso. Si en 1964 partió de Nueva York en un auto robado y llegó a la Florida, esta vez partía de aquí en una limusina para llegar a NY City...

NUEVA YORK, JULIO DE 1997

De mañana temprano, atendí el teléfono y oí la voz inconfundible, acelerada pero en ingles perfecto:
"Good morning, mister Nelson Motta, here's your good old friend Tim Maia, calling from room 9-B of the Delmonico's Hotel, Park Avenue, New York City."
Que alegría! Fue la mayor sorpresa, ni me imaginaba que él estuviese en la ciudad, donde yo vivía hacía cinco años. No lo veía desde un espectacular show en el Scala, en un viaje a Brasil, unos dos años antes.
"Ôh Nelsomotta, estoy aquí sentado en una silla tomando café en una mesa tan antigua que estoy sintiéndome Dom João VI, porque todo es muy antiguo en este hotel, pero la cocina está funcionando y estás convidado a tomar un breakfast y a fumarte uno conmigo. Ya!"
Cinco estaciones de subte después, llegué à la esquina de Park Avenida y 59 y entré al decadente hotel Delmonico's, que no vivía más sus días de gloria pero aún mantenía los pisos de mármol, los ventanales y grandes espejos, las inmensas suites con cortinas de veludo, paredes forradas de madera y un mobiliario oscuro y antiguo, que le daban ciertamente un aire de Dom João VI loco a Tim Maia, quien estaba comiendo una medialuna, en una gran silla atrás de una pesada mesa de madera trabajada.
"Estas viendo? Ahora sólo me falta escribir con una pluma de ganso", soltó una carcajada y se levantó para recibirme. Nos abrazamos y besamos, celebrando una amistad iniciada en 1969, cuando él comenzaba su carrera y lo invité a participar del disco de Elis Regina que yo producía. Casi treinta años de música, escándalos y carcajadas
Me ofreció un baseado (porro) de bienvenida: había movido sus conexiones neoyorquinas y ya estaba con tres calidades diferentes de skunk, y aún tenía un hatchis paraguayo, algo de lo que yo nunca había oído hablar, pero que él recomendó mucho. Mientra armaba uno de los que él llamaba “misto-quente”, gritó a su secretaria, en la cocina de la suite:
"Adriana, prepará unas tostadas y unos huevos revueltos para mi amigo Nelsomotta y traete una vuelta más para mí . Y traé panqueques también. Y miel. Y jalea. Traé todo."
Estaba muy feliz de reencontrarlo tan alegre y predispuesto, hasta lo encontré más flaco, que en nuestro último encuentro en Rio. Me contó en detalles su epopeya de tres cirugías en los testículos y la ruptura definitiva con el alcohol y la merca; me juró que nunca mas había faltado a un show, que la vida estaba dura pero buena.
Me mostró fotos y contó historias graciosas sobre el viaje que hiciera de Miami a Nueva York, cruzando nueve estados en una limusina piloteada por el portugués Bonáveres, rehaciendo su itinerario de 36 años atrás, que terminaría en una prisión en la Flórida y con su deportación a Brasil, en 1964. Luego, pasando su brazo de oso por mis hombros, mandó a Adriana a sacar una foto de nuestro encuentro: los dos felices y sonrientes.
Animadísimo, Tim tenía 55 años y me parecía razonablemente saludable - para los padrones Maia -, muy afectuoso y loco como siempre. Contó que iría a Tarrytown, a una hora de Manhattan, en peregrinación a los lugares donde viviera entre los 17 y los 18 años. Recordó dramas y comedias de sus cinco años en los Estados Unidos, la iniciación en la maconha, la primera prisión, el descubrimiento del rhythm-and- blues y del soul, los 19 domicilios diferentes donde vivió en Nueva York.
Entusiasmado con su estudio y sus nuevos trabajos, me dio los cuatro discos que había grabado en el último año y estaba lanzando por su grabadora: Vitória Régia - "la única que paga los sábados, domingos y feriados después de las 21 horas" -, con una dedicatoria que me conmovió, una de las mas honrosas que recibí: "Con el respeto de Tim Maia."
Pah!, viniendo de quien no respetaba a nadie, o a casi nadie, era una condecoración.
Disfrutar de su amistad y testimoniar su carrera eran un privilegio: un incesante espectáculo de grandes músicas y alta comedia, protagonizado por un personaje único en su pasión por el exceso - de talento, de volumen, de peso, de comida, de sexo, de drogas, de amor al arte, de canalladas y agresividad, de ternura e generosidad - sintetizada en su grito de guerra:
"Más grave! Más agudo! Más eco! Más retorno! ¡¡¡¡Más todo!"!!!!
Sólo conseguí salir después de horas de mucha charla y carcajadas, entre varias vueltas de café completo, huevos revueltos e incesante carburación. Divirtiéndome con historias que cualquier novelista consideraría inverosímiles, pero eran apenas hechos y acontecimientos habituales en la vida de Tim Maia.
¿Pero que novelista seria capaz de crear un personaje como Tim Maia?
¿Y quien lo creería?