Bueno, por si leyeron la entrada anterior, para compensar un reportaje a Chico Buarque, sobre su trabajo de escritor, firmado por Carlos Galilea y publicado hace 3 años en Clarín.
Un cantante y compositor de renombre consigue que se le empiece a reconocer como escritor. Un caso único. Como si Dylan, Brel o Serrat se hubieran pasado a la literatura. Ahora, Chico Buarque publica en España su tercera novela, Budapest. La cita es en un ático luminoso y silencioso de París. En una calle con nombre de prior del siglo XVIII en el barrio del Marais. Allí, este gigante de la música popular disfruta del anonimato. Los franceses conocen su nombre, pero no guardan su imagen en la retina. Una vez llamó a un restaurante para reservar mesa: "Buarque", dijo. "¡Ah!", oyó al maÃtre, "como Chico Buarque". El autor de canciones como A banda, Construcción y Que será, admirado de joven por Clarice Lispector, es apreciado unánimemente en Brasil y, a pesar de ello, sigue siendo un gran tímido.
—En este refugio terminó su tercera novela.
—Durante estos dos años habré pasado cuatro o cinco meses en París. El trabajo rinde más. En Río me compré un pequeño apartamento en el piso debajo del mío, y cuando recibía demasiadas invitaciones para esto o aquello les decía que me iba a París y bajaba las escaleras.
—¿Necesitó mucho valor para escribir la primera novela?
—Cuando empecé llevaba un año sin componer. Mi mujer me regaló una computadora en Navidad, pero quien me incitaba era Rubem Fonseca. Me repetía "eres un escritor". Se lo dice a mucha gente. Creo que quiere compañía, al contrario que la mayoría de escritores. Tengo 127 amigos músicos y cuatro amigos escritores. Y algunos ya los perdí.
—Su nueva ocupación fue vista al principio con reservas.
—Que un cantante y compositor que tiene éxito se ponga de repente a escribir resulta siempre sospechoso. Un prejuicio, porque si eres un abogado, un diplomático o un periodista que escribe nadie va a decir nada.
—Escribía antes incluso de sus primeras canciones...
—Entonces pensaba que iba a ser escritor. Al empezar a escribir conseguí establecer un contacto más cercano con mi padre (el historiador y sociólogo Sérgio Buarque de Holanda). Con quince años le llevaba mis escritos, una porquería, que él leía atentamente. De alguna manera, estar escribiendo es sentir su presencia o su falta. Como si estuviera buscando su aprobación.
—En Budapest hay un poeta llamado Kocsis y un tal Puskas...
—Todos los nombres propios son de jugadores de la selección de fútbol de Hungría de 1954. Están todos los que jugaron aquel mundial. O son escritores, calles o restaurantes. Cuando estaba terminando me di cuenta de que faltaban todavía tres nombres y me dije, "¡caramba!, ¿qué hago?". Y puse sus nombres a los editores del libro: Lantos, Lorant & Budai.
—Asegura que los pantalones cortos y las rodillas peladas de jugar al fútbol en la calle son el mejor recuerdo de su niñez...
—Aún hoy, dos o tres veces por semana, está el compromiso sagrado de jugar. Hay quien tiene sesión de psicoanálisis o médico, y yo tengo fútbol. Lo cual no deja de ser una terapia.
—Aparecen personajes perdidos, que buscan liberarse de algo.
—No me identifico con ninguno, pero los entiendo. En Budapest entiendo la angustia y la vanidad reprimida del escritor "fantasma" (o "negro": el que escribe para otro). Mientras escribía también me sentí un fantasma porque nadie sabía lo que estaba haciendo.
—Nadie sabía de Budapest hasta que le entregó a su editor una pila de hojas y un disquete.
—Hubo momentos en que pensé estar perdiendo el tiempo, escribiendo algo que no le iba a interesar a nadie: la historia de un hombre que se apasiona por la lengua húngara.
—José Costa/Zsoze Kósta está enamorado de las palabras.
—Igual que yo. Lo primero que hice al llegar a Bilbao antes de un concierto fue comprar un diccionario de vasco. Podría haber situado la historia en el País Vasco, pero por motivos sentimentales elegí Hungría. Aparte del fútbol tuve una novia húngara que me enseñó a pronunciar los nombres de los jugadores y a decir "te quiero".
—Según Caetano Veloso, Budapest es un laberinto de espejos que no se resuelve en la trama sino en las palabras, como un poema.
—Me gustó mucho lo que dijo porque no soy un contador de historias. Todas las dificultades que debo superar se relacionan con el lenguaje.
—Desde hace años alterna la música y la literatura.
—Consigo dividirme en dos creadores distintos, pero no hago ambas cosas al mismo tiempo. Volver a escribir canciones, después de terminar un libro, resulta muy difícil porque el fraseo musical obedece a otra lógica. Por otra parte, cuando hacés una canción enseguida la mostrás. Vas al estudio, grabás, hay una fiesta, se bebe vino... El escritor está encerrado. Y se muere de envidia del músico famoso porque éste viaja en primera clase con champagne, mujer, amante, músicos, representante, hijos... y él en clase económica, apretado, amargado. No sé por qué soy escritor.